El espejo de la pornografía

Pornografía. Tratado acerca de la prostitución.

Las representaciones del cuerpo al desnudo o de la actividad sexual explícita pueden tener un carácter erótico, religioso, artístico, científico o pornográfico; elementos que son indicativos de la concepción que se tiene del cuerpo y la sexualidad dentro de un sistema social e histórico específico, que revela la forma de socialización de hombres y mujeres, la política, la economía e ideología imperantes; y las obligaciones, derechos y libertades otorgadas (Peña, 2012).

En la actualidad, la pornografía ha perdido su antiguo sentido de “tratado sobre la prostitución” para convertirse en uno de los referentes lúdicos y excitantes de la educación sexual globalizada, colocándose como una válvula de escape que trastoca los reflejos de autocensura, porque aquello que resulta placentero en el ámbito sexual a menudo es socialmente molesto.

Reflexionar sobre la pornografía es como mirarnos en un espejo para conocernos a nosotrxs mismxs, aproximarnos a la verdad y aprender: la pornografía como liberación psíquica. Las expresiones gráficas de la sexualidad también pueden ser colocadas como mediadoras entre el delirio sexual abusivo (nos invaden constantemente con publicidad que invita al sexo) y el rechazo exagerado de la realidad sexual que vivimos dentro de una sociedad que aspira a democratizar todo tipo de consumo.

Le pedimos a la pornografía precisamente lo que nos asusta de ella: que diga la verdad sobre nuestros deseos. De tal forma que todas las expresiones pornográficas implican una serie de complejas relaciones que comportan libertad de expresión, prohibición/transgresión, competencia/violencia, discriminación, expresión de preferencias, libertad sexual, visión terapéutica y de aprendizaje, imposición de estereotipos, comercio sexual, consensos/disensos, derecho a la propiedad privada, entretenimiento, campo laboral, mitos e incluso delitos que se asocian al crimen organizado (Peña, 2012).

Es innegable que la pornografía no deja de ser un arma del sistema que, después del narcotráfico, el tráfico de armas y la trata de personas, se posiciona como uno de los negocios más redituables en el mundo. Obedeciendo a este contexto político y económico, ejerce también una poderosa función normalizadora del comportamiento sexual colectivo desde lo aspiracional.

La democracia sexual impone la monogamia, el casamiento y la formación de la familia. Es aquí cuando la pornografía aporta una utopía aliviadora de la realidad ordenada y afectiva de la pareja estable, de las prácticas genitalistas y coitocéntricas, así como de la supuesta reproductividad saludable.

El porno, fácilmente denunciado por su capacidad de perturbar la relación que la gente tiene con el sexo, es en realidad un ansiolítico. No podemos vivir en una sociedad espectacular invadida por representaciones de seducción, de flirteo, de sexo, y no ser capaces de entender que el porno es un espacio de seguridad. No estamos dentro de la acción, podemos ver cómo otros lo hacen (el sexo), cómo saben hacerlo, con la mayor tranquilidad. Aquí, las mujeres están contentas del servicio que se les ha ofrecido, los hombres la tienen dura y eyaculan, todo el mundo habla el mismo lenguaje, por una vez, todo sale bien. Debemos dar a las expresiones gráficas de la sexualidad la importancia que merecen, un recurso ganado que tiene como fin producir una apariencia de realidad que permita a las y los usuarixs tener la sensación de estar presente en ella.

Pensarnos en relación a la pornografía es revelar los derechos individuales a la libertad de expresión, la privacidad y el placer, es reflexionar sobre el propio sistema neoliberal que promete biotecnofelicidad a manos llenas. Es necesario renovar la normalización sexual al incorporar nuevos discursos y conquistar corporalidades, ir más allá del orgasmo.

Los cuerpos cis- no convencionales, los cuerpos trans-, los cuerpos mutilados y todos aquellos cuerpos no alineados a los estereotipos de belleza impuestos, e incluso democratizados, son campos prometedores en la transformación de un erotismo abierto a mayores espacios tanto en esferas públicas como privadas.

La exposición inverosímil del sexo no nos deja opción: nos excita y nos hace reaccionar al preguntarnos el por qué. Porque la imagen que ello da de mí es incompatible con mí identidad social cotidiana.

Todo retrato es pornográfico. Y todo tipo de pornografía es la antítesis de las certezas creadas por otrxs sobre mi cuerpo, no por las expresiones gráficas que proyecta, sino por el temor que genera mi propio placer anestesiado.







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